Sin desmerecer a ninguno de mis profesores anteriores, puedo hoy asegurar que Mario me enseñó -como a tantos de nosotros- a ver el sentido, la esencia, el desafio que implica y lo hermoso de esta disciplina.
Hoy lo recuerdo como el «padre arquitectónico» que fue para mí. Mario provocaba admiración, pero también ternura. Era un exigente de la coherencia, pero muy flexible a la vez. Inspiraba un gran respeto, no exento de una cercanía gratificante. Era muy serio en sus conceptos, pero muy gracioso en sus formas cotidianas.
En definitiva, un verdadero y particular «personaje», que habitaba en una persona muy querible para todos los que lo conocimos y estuvimos cerca de él.